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domingo, 1 de febrero de 2015

El Viaje de Diego

El nombre de nuestro protagonista es Diego, un joven madrileño de 24 años que acaba de terminar sus estudios en la universidad. Sus últimos cuatro años han sido de estudio continuo, en la Escuela de Ingenieros Agrónomos durante el curso académico y en Irlanda durante el verano para estudiar inglés a la vez que cuidaba de los hijos de una familia con la que vivía en Dublín. Este pequeño trabajo del verano y las clases particulares que daba a los hijos de sus vecinos le han permitido ahorrar el dinero suficiente para comprar un billete de avión a India y poder hacer el viaje que durante años ha tenido pensado.

Esta mañana Diego ha tomado el metro hasta Argüelles y ha esperado pacientemente a que llegara su turno en la agencia de viajes y poder comprar el billete de avión para París, donde tomará un vuelo directo a Coimbatore, India. Quiere salir el próximo lunes 12 de Enero y volver tres meses más tarde, a ser posible pagando la menor cantidad de dinero. El billete más barato vale 763,00 EUROS, justo la cuarta parte del dinero que tiene ahorrado y le supone estar viajando 25 horas desde su salida de Madrid hasta la llegada a Coimbatore. Menos mal que a Diego no le importa dormir en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, encima de una mochila donde llevará toda su ropa, unos cuadernos en blanco para escribir sus experiencias y una cámara de fotos. La fotografía es su gran pasión y espera hacer en India esa foto perfecta y única que enseñará a sus amigos cuando regrese.
 
Cuando está entrando al avión que le llevará a Coimbatore se da cuenta de que el viaje a India ha comenzado. Está rodeado de hombres, mujeres y niños con piel de color aceituna, delgados y siempre sonrientes. Se nota diferente entre ellos. En el vuelo duerme y charla con el pasajero de su derecha. Su nombre es Gautam, tiene 62 años y nació en Agra. Durante horas le habla del Taj Mahal y de sus más de 20 años trabajando en Bruselas. Hoy viaja a la casa de su hija en Coimbatore para conocer a su primera nieta. Su inglés le resulta difícil de entender y así se lo dice. Con una amplia sonrisa Gautam le responde:

- No te imaginas cómo hablan mis amigos en Agra, tan rápido que ni los ingleses nos entienden. Pero no te preocupes, te acostumbrarás.

Ha sido una suerte haber conocido a Gautam, quien le ayuda a la llegada a Coimbatore. En el trayecto a su primer alojamiento en la ciudad, un hotel cercano a la estación de tren, Diego ve pasar a su lado a decenas, centenas, miles de personas. Tiene la impresión de que todos los habitantes de India se han reunido a su alrededor. Pronto se da cuenta de que no es así, las calles están abarrotadas de gente, coches, camiones y pequeños triciclos pintados de negro y amarillo usados como taxis, los rickshaw, que tantas veces va a tomar durante el viaje.
 
Pasados los primeros días en Coimbatore Diego toma un tren que le lleva a Cochin, una ciudad de la región de Kerala, en la costa Oeste de India. Desde allí viaja a Chennai, en la costa Este, y desde aquí irá hasta Calcuta. A Calcuta le siguen otras ciudades, como Delhi, Agra y Jaipur. En todas ellas, evita alojarse en hoteles caros, intenta comer comida india, aunque las especias no le han gustado nunca, y tiene cuidado al beber agua:

- Siempre embotellada – le había dicho Gautam, como un último consejo antes de despedirse.
 
Todos los días, antes de irse a dormir, lee lo escrito en los cuadernos en blanco que compró en Madrid. Hoy, en su hotel en Agra y habiendo transcurrido casi dos meses desde su llegada, se siente muy contento por el dibujo que ha hecho a mano del Taj Mahal, aunque casi está más orgulloso de haber sido el único occidental que en ese momento lo visitaba, es decir, el único hombre blanco, barbudo y sucio frente a un buen número de indios vestidos elegantemente, mujeres vistiendo coloridos saari de seda natural y niños que le señalaban con el dedo. Se siente rico de experiencias, que no de dinero. En su bolsillo le quedan no más rupias que las equivalentes a 300 EUROS, lo justo para sobrevivir hasta el día de su partida desde Coimbatore hacia Madrid.
 
El tren que le lleva hacia la ciudad de Mumbai está lleno por dentro y por fuera de pasajeros, pues muchos de ellos están sentados sobre el techo de los vagones. No parece una tarea peligrosa dada la escasa velocidad con la que avanza el tren. A su llegada a Mumbai el tren continúa su camino hacia Bangalore todavía más lleno por los pasajeros que se montan cargados de bultos en Mumbai. Al intentar pagar al conductor del rickshaw que le ha llevado a su hotel, Diego nota que el cuaderno donde guarda el pasaporte y las rupias que le quedaban no está en la mochila. Es el primer momento en que se siente solo y en apuros. De inmediato se ofrece a pagar, pero no sabe cómo. El conductor se llama Yamir, no se enfada y le lleva al barrio de Dharavi, donde él vive. Allí le presenta a su familia y le permite dormir en su modesta casa, por llamar de alguna manera a lo que nosotros llamamos “chabola” con el suelo de tierra y las paredes de chapas y maderas. Diego no pregunta dónde está el lavabo, ni el agua porque está claro que no hay lavabo, no hay agua corriente, no hay un váter, no hay, no hay, …
 
A la mañana siguiente y sin dormir, Diego empieza a ayudar a traer agua desde el pozo más cercano, ayuda a barrer la calle, ayuda en todo lo que puede. Al finalizar la tarde está muy cansado y recibe una visita inesperada. Un anciano hombre, delgado y de piel muy arrugada, que se le acerca y le regala el caparazón vacío de una tortuga.
 
- Has trabajado duro, lo has hecho con tus manos. Los vecinos del barrio te lo agradecemos con este caparazón que se convertirá en lo que desees. Sólo tienes que escribir tu deseo en un papel que has de colocar dentro.
 
Diego no sabe qué pensar, hace un rato se había dormido ligeramente por el cansancio y piensa que todavía duerme y que es un sueño. Pero rápidamente arranca un papel de uno de sus cuadernos, escribe “El cuaderno con mi pasaporte y las rupias” y lo introduce en el caparazón.

- Tendrás que tener el caparazón contigo durante 30 días para que oiga tus deseos – dice el anciano, que a continuación se marcha.

Treinta días es tiempo suficiente para ganar algo de dinero y poder comprar el billete de tren para llegar a Coimbatore y tomar el avión de regreso. Diego se siente afortunado por no haber perdido el billete de avión y respira aliviado. Los siguientes treinta días son días de trabajo intenso, días en que piensa en cómo puede ayudar con lo que ha estudiado para mejorar las condiciones de vida de esa gente. Con ayuda de Yamir y sus hermanos, Diego diseña y construye unos canales para evacuar las aguas malolientes hasta un colector próximo, limpian una pequeña finca de terreno abandonada y la preparan para sembrar, etc. No es gran cosa, pero algo es algo para los que le han ayudado. La pena es que no tienen plantas que cultivar o semillas que plantar, valen demasiado dinero para ellos.

Son las diez de la noche y han pasado 30 días. Delante de Diego están el caparazón y el papel arrugado con el deseo “El cuaderno con mi pasaporte y las rupias” escrito, casi borrado por la humedad de su sudor. No tiene claro si quiere introducir el papel en el caparazón, duda y grita “¡Qué córcholís estoy pensando!”. Entonces rompe el papel y le cuenta a Yamir su encuentro con el anciano. Yamir se ríe de Diego.

- Eso es una fábula hindú, el viejo te ha tomado el pelo – contesta Yamir.

Diego debería estar enfadado por su estupidez, pero no parece afectarle este comentario. Cuando se marcha Yamir, escribe en otro papel una corta frase que introduce en el caparazón.

La verdadera historia de Diego en India comienza dos horas más tarde cuando encuentra un saco de semillas de anacardos, esos ricos frutos secos que tanto nos gustan, en la entrada de la finca que habían arreglado. Para Diego eso no es una casualidad y se convence de que el barrio de Dharavi es su casa. A las semillas de anacardos, le siguen semillas de pimienta, de pistachos y de otras especias, compradas con el dinero conseguido al vender la primera cosecha de anacardos.
 
El viaje de Diego no es un viaje a India, es un viaje que le enseña lo que puede conseguir con lo que ha estudiado en un lugar que lo necesita. Todavía hoy Diego sigue viviendo en Dharavi.

lunes, 25 de febrero de 2013

Mi Hermana y la Peonza Fosforita






Había una vez un niño llamado Pablo. Pablo era un niño muy generoso que dejaba todos los materiales que sus compañeros no tenían, les ayudaba en cualquier cosa y solucionaba sus problemas. A Pablo le gustaba ver cómo otros niños de su clase, más pequeños y más mayores, tiraban las peonzas. Por eso, quería comprarse una, pero no tenía dinero y se dio cuenta que tampoco sabía tirarla. Al día siguiente, pidió ayuda a los chicos de su clase que sabían tirarla y hacer muchas figuras, pero nadie le quiso ayudar. Pablo se enfadó un poco porque él quería aprender a tirarla y hacer las figuras que sus otros compañeros sabían hacer. Entonces, decidió preguntárselo a su hermana mayor, a ella también le gustaban mucho las peonzas. Su hermana mayor, Carla, le dijo que a cambio tendría que dejarla en paz y no molestarla cuando estuviera descansando, estudiando, haciendo deberes, hablando con las amigas, haciendo trastadas, etc. Pablo le dijo a su hermana que lo intentaría y que esperaba que ella le enseñara bien.

Al día siguiente, su hermana Carla le dijo a Pablo que no se entretuviese, que iba a buscarle ella al colegio, porque le iba a dar una sorpresa. Cuando Pablo salió del colegio, no se entretuvo con nadie y buscó a su hermana. Los dos se bajaron despacio hablando. Su hermana le llevó al centro de la ciudad a una tienda super grande y Pablo no sabía para qué le llevaba allí. En ese momento su hermana, saludó a un amigo suyo, era el dependiente de la tienda; él muy sorprendido también le saludó. Carla le preguntó que si le podía enseñar todas las peonzas que había. Como Pablo no se decidía, su hermana le preguntó qué color le gustaba y él respondió verde o azul. Su hermana le llevó hasta una sala llena de peonzas verdes fosforitas y ella cogió todas las que le gustaban. Él la dijo que valían mucho y eligió la más barata, aunque le gustaba la más cara. Su hermana se llevó dos peonzas fosforitas, una la que él ha elegido y otra elegida para ella, que era la más cara. Cuando va a pagar, su hermana, de repente, compra la más cara y  le explica que es porque se está esforzando por no hacerla nada, era la más bonita. Pablo da las gracias y dice que se merece un regalo por ese detalle, él va a tener la peonza más cara del colegio.

Cuando llegan a casa, Pablo llama al timbre sin darse cuenta que su hermana tiene llaves. Su madre al oír las llaves, sigue preparando la cena. Al abrir la puerta, empieza a gritar por toda la casa ¡Mamá, mamá, mamá! hasta que la encuentra en la cocina. Pablo le cuenta todo al detalle lo que su hermana ha hecho. Carla llega a la cocina y le cuenta a su madre que Pablo quería aprender a tirar la peonza y a hacer las figuras que hacían sus compañeros, pero que no tenía peonza, por eso lo primero que tenía que hacer era comprarse una. Ella le había comprado la peonza porque se lo merecía y la había ayudado el día de antes con el examen de inglés y había sacado un diez, había sido la nota más alta. Su madre le dice que está muy contenta. Ella se va a la habitación y entra su hermano para preguntarla si puede ella ahora ayudarle a estudiar porque el miércoles y el viernes tiene exámenes de lengua y de mate. A Carla no le parece mal, él la ayudó y funcionó, ahora puede ayudarle. Le dice a Pablo que de seis a siete y media harían deberes y a las ocho empezaban a estudiar. Lo cumplen, estudian y se van a la cama pronto.

Al día siguiente su hermana viene pronto del instituto y decide recoger a Pablo. Cuando están en casa, Pablo sale disparado a hacer deberes. En el camino de vuelta su hermana le ha propuesto un trato, si terminaba pronto le iba a enseñar a tirar la peonza. A las seis y media, Pablo llama a su hermana para bajarse al jardín. Carla todavía no ha terminado, pero le dice a Pablo que haga un circuito super grande en el arenero del jardín y que se bajara la peonza. Cuando Carla termina los deberes, baja al arenero y su hermano había hecho una pista impresionante. Ese día Carla le enseña a coger la peonza y a tirarla. Aprende rápido, pero tiene que estudiar el examen de lengua que tiene el siguiente día.

El siguiente día, Pablo le cuenta orgulloso a su hermana que le ha salido muy bien el examen y que ha sacado un nueve y medio. Esa tarde hacen lo mismo y no solo practican cómo se tira la peonza, sino que también le enseña alguna figura. A las siete se suben a estudiar mate, como el día anterior. El día siguiente Pablo llega a casa preocupado porque su hermana no había ido a recogerle al colegio, como había hecho los días anteriores.Ella había ido a hacer una cosa para él, le explica que haga los deberes rápido. Por la tarde, Pablo practica un poco él solo con la peonza. Cuando están cenando, Pablo le dice a su hermana que había sacado un nueve setenta y cinco en el examen de mates. Para agradecerla su esfuerzo, sube rápido a su habitación y coge un regalo que ha preparado él y se lo da. Cuando lo abre es un cuadro hecho por él, se pone muy contenta, pero ella también tiene una sorpresa. Le enseña un póster en el que pone que en tres meses hay un concurso de peonzas y ella le ha inscrito en la tienda de su amigo. Le explica que es el concurso de todo España; Pablo se emociona, pero su hermana le dice que tiene que seguir estudiando.

Pablo sigue estudiando y practicando todos los días. Así se convierte en el mejor tirador del colegio.

A los tres meses van al concurso, empieza a ganar a todo el mundo y llega a la final. Y gana, el premio se  lo dedica a su hermana y en las entrevistas que hace se emociona mucho. Cuando van a darle el premio, pide a su hermana que suba con él. El premio es una peonza dorada. Cuando llega a casa la pone en el salón, porque es un triunfo de los dos. De repente, Carla recibe un mensaje en el móvil, Pablo representará a España en el campeonato mundial de peonzas. Tendrá que viajar dentro de dos días. Se emocionan al leerlo, todo esto es gracias a Carla.

Pablo comienza a viajar, pero sin olvidar sus estudios. Llega a proclamarse campeón del mundo y le dan una copa de oro puro y otra peonza más grade de oro puro. Pablo sabe que sin la ayuda de su hermana no hubiera sido nada, ella le enseñó a aprovechar el tiempo y a jugar con la peonza. Al llegar a casa pone el trofeo en el salón. Sorprendido ve un sobre con las notas y al mirarlas... todo sobresalientes. Los dos ahora sacan buenas notas y ya nunca más vuelven a pelearse, ahora no solo son hermanos, sino también muy buenos amigos.