Otro día, mi padre me dejó un reportaje acerca de la vida de científicos famosos a los que les habían dado diferentes premios y cómo en Estados Unidos hacían competiciones entre institutos para descubrir a futuros talentos.
Me quedé dormida leyendo el reportaje y pensando en qué pasaría si eso sucediera aquí en España. Debió de gustarme bastante porque, de pronto, yo estaba en medio de mi clase sentada en una silla, todos íbamos vestidos con un jersey verde que tenía un escudo extraño y la profesora de Ciencias Naturales estaba haciéndome preguntas muy rápidas que yo tenía que contestar. Delante de mí había un reloj, yo contestaba todo: rocas, volcanes, velocidad, Sistema Solar, vamos todo lo que estudiamos en Ciencias.
No era yo la única que pasaba por la silla, todos los de la clase íbamos haciéndolo y lo mejor es que todos contestábamos a la perfección.
Más tarde, estábamos en el salón de actos del Centro Cívico José Saramago. Había muchísima gente conocida y muchos famosos. El rey Felipe VI estaba sentado en el centro del escenario, junto a la reina, a un lado estaban mis antiguos compañeros del colegio, sentados en escalera y al otro lado, nuestra clase. Nos iban haciendo preguntas que debíamos responder cada equipo.
Había un marcador gigante, estábamos casi empatados, pero nosotros llevábamos alguna respuesta más, teníamos que llegar a cien respuestas correctas. Cuando solo quedaba una respuesta, el presentador hizo la pregunta: ¿cuál es la fórmula de la velocidad? No me lo podía creer, lo acabábamos de estudiar en ciencias. Rápido contesté y todos comenzamos a saltar y abrazarnos, hasta mis antiguos compañeros me abrazaban. El rey y el presentador nos entregaron el premio, era un cheque para viajar todos a la NASA.
Y allí estaba yo, con una bata blanca en una sala grande, llena de ordenadores y gente con cascos hablando, delante de un ordenador. Yo hablaba con el astronauta que pilotaba la nave espacial de vuelta a la Tierra, hablaba en inglés y en español, o eso creo, dirigiéndole hasta que aterrizó.
Todos me felicitaban y allí tenía en mis manos un periódico donde aparecía en una foto con el astronauta y un titular que decía: “Joven científica propuesta para el Premio Nobel de Ciencias”.
Ese día cuando me desperté, tenía la sensación de haber dormido muy bien, y fui más contenta a estudiar al instituto.
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