domingo, 1 de febrero de 2015

Los deberes, ¿dónde están mis deberes?

Ayer por la tarde, estuve haciendo deberes del Instituto durante cinco horas, sin poder levantarme de la silla de mi habitación. Tenía tantos deberes que ni tan siquiera pude mirar los mensajes de whatsapp de mis compañeros. Era un poco difícil leerlos porque mis padres me habían quitado el móvil para que no me entretuviera con él. Empleé veinte minutos para cenar y continué con los deberes. Tenía la sensación de que todos los profes se habían puesto de acuerdo para fastidiarme la tarde, había que hacer deberes y deberes y deberes y sólo deberes. Al final, los terminé todos, pero estaba tan cansada que me dormí apoyada en la mesa de mi habitación, sobre los cuadernos del Instituto.
 
Entonces, sonó el despertador y mi padre me dijo: “Venga María, arriba que son las siete y media”. Yo continué durmiendo, arropada con las sábanas y la manta, pero mi padre volvió a mi habitación a recordarme que habían pasado cinco minutos y allí continuaba yo durmiendo. Así volvió cuatro veces, eran las ocho menos diez y yo sólo pensaba “¡Qué tío más pesado, con lo a gusto que estoy en la cama!” Al final tiró de las sábanas y me gritó para que me levantara; en caso contrario, me quedaba sin desayuno. Fui capaz de levantarme, desayunar, lavarme y vestirme en quince minutos, todo un record para lo habitual en mí.
 
Tuve que correr hasta la salida del aparcamiento. Allí estaba mi padre, enfadado, murmurando “¡Es que no te das cuenta que llegaré tarde a mi trabajo!”; es decir, lo de todos los días. Hicimos algo de rally, no había tiempo para ir despacio y en cinco minutos fue capaz de llevarme a la entrada del Instituto. Eran las ocho y treinta minutos exactos.

- Ten cuidado al cruzar – me dijo, con cara de perro – y aprovecha el tiempo.
- Adiós – creo que le contesté, aunque no estoy segura.
 
Crucé la calle, saludé a mis amigas y tuve que calmar a una de ellas que estaba enfadada conmigo porque no había contestado a sus whatapps. Le dije:

- Estuve toda la tarde haciendo deberes y mis padres me quitaron el móvil.
 
Lo siguiente que ocurrió fue terrible. Me di cuenta de que no tenía mi mochila y de que me la había dejado dentro del coche. Salí corriendo a la calle, ya no había nadie. De hecho, no había ni coches aparcados, había oscurecido y parecía que comenzaría una gran tormenta en cualquier momento. Oí una voz que me dijo:

- María, para dentro. Tienes dos segundos para llegar al aula o te pondré una falta.
 
Era el director, Rafa, desde una silla de árbitro de tenis. Estaba comiendo un bocadillo de atún o algo parecido y se le escurría el aceite por las manos. Estaba ridículo, pero yo no lo pensé, salí corriendo hacia la calle y seguí un coche. No era azul, como el de mi padre, pero llevaba una mochila con libros sobre el techo. No le alcancé y volví al Instituto. El director me estaba esperando, con mis padres al lado. También estaban mi hermana Inés, mis cuatro abuelos, mis tíos, mis primos, mis compañeras del equipo de baloncesto, mi entrenadora, todo Leganés me miraba con cara de sorpresa. Todo fueron regañinas y yo las tuve que soportar callada. Entonces, alguien me dijo al oído:

- Venga hija, vete a la cama, que te has quedado dormida.
 
Era mi madre. Me desperté sin saber dónde estaba, ni lo que me decía. Me había quedado dormida y no habían pasado más que diez minutos.
 
Hoy me he levantado a la primera, he desayunado tranquilamente y he llegado al Instituto diez minutos antes de las ocho y media. En todo momento, he tenido a mi mochila cerca desde que he salido de casa y durante el trayecto en el coche no la he apartado de mis piernas.

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